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¿Una puerta?

Había abierto aquella puerta por casualidad.
Era un día de verano, sin mucho que hacer. La hora de la siesta en casa era silenciosa y larga durante las vacaciones de enero. Yo deambulaba sin poder salir a la calle; nadie salía a esa hora. Recién como a las seis podía jugar con las amigas del barrio. Recorría las habitaciones con desgano, me dejaba caer sobre el sofá del living, iba al patio a pellizcar una uva del parral. Le hacía un cariño a mi perro Puky.
Deambulaba. Hasta que abrí esa puerta con desgano, sin intención de encontrar entretenimiento. Sólo fue un acto casi automático. Quizás me sedujo el olor, me trajo algún recuerdo a cosa vieja. Cuando apareció él, me cautivó instantáneamente. Lo recuerdo rubio, despeinado. Lo podía ver moviéndose, hablando, y todo era perfecto. Nunca había visto a nadie perfecto afuera, pero allí estaba él, un ser único con luz propia. Recuerdo su piel, la forma de sus labios, sus ojos claros.
Mi corazón empezaba a latir diferente, podía sentirlo en el cuello. Ver su cara me hacía doler un poco el pecho, de un modo extraño y nuevo.
Creo que las horas transcurrían y yo estaba inmovilizada. Era una niña todavía. Él también, supongo que de unos 12 años. No podía dejar de seguirlo, aunque él no notaba mi presencia.
En un momento apareció otra chica, tan bella como él. Sentí celos, pero mucho más fuertes que los de cuando mamá hablaba a mi hermana como adulta. Muchos más. Esa niña podía conversar con él… y él estaba loco por ella, se le notaba. Pero era tan correcto. Le hablaba suavemente, con la mirada tímida. En un momento sacó de su bolsillo un regalo, algo como un pequeño tesoro. ¡Cuánto quería ser ella! Yo podía reconocer su hermosura, me sentía en desigualdad de condiciones, ¡cuánto hubiera dado por estar en su lugar!
Había experimentado sensaciones que guardaría por siempre en la cajita dorada de las emociones: un dolor dulce. En el pecho. La obstinación. En la cabeza, cerca de la frente. La desolación. En el medio de la distancia entre ese chico y yo. Sueños. Esperanza lejana. Desesperación por el minuto siguiente.

Esa noche dormí abrazada al libro. Había conocido a mi primer amor: Tom Sawyer.

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